Cuando tenía 12 años, me enamoré perdidamente de Juan Pablo, quien tenía 16 años.
Compartíamos el patio del mismo colegio y una pasión por el básquetbol. Nos separaban tres salas, un par de cursos y al menos 45 cms. de altura, aun así parecía que cada vez mi corazón se enamoraba más.
Su hermana y mi mejor amiga se conocían por ser vecinas, así que después de un par de meses de mantener mi amor en secreto, decidí atreverme y declararme. Totalmente determinada a que él supiera todos mis sentimientos hacia él, me armé de valor, respiré profundo y con mi lápiz favorito en la mano le escribí una carta.
De acuerdo, sí era osada, pero no tanto.
Esa carta llegó a sus manos y lejos de parecerle una broma, quiso conocerme.
Mi corazón parecía salirse de su lugar, latía a mil, de haberlo dejado en una carretera habría llegado a México en un par de horas.
Miércoles 2pm era nuestra "cita".
Día lunes cuando llego a casa, mamá me dice que el martes en la tarde tenemos que ir al dentista, porque con mi papá me tenían una sorpresa.
"Perfecto!!!" -pensé.
Cuando llego a la consulta del doctor Cabello, me muestra los tipos de frenillos entre los que podía elegir. Me quería morir.
Al día siguiente tuvimos la segunda consulta apenas terminaron las clases, mi mamá me fue a buscar y ciertamente no me encontraría con Juan Pablo.
Cuando el dentista hacía su trabajo, lagrimas inundaron mis ojos y no era por dolor físico precisamente.
Estrené mis frenillos y me cerré a la posibilidad de siquiera hablar con el "hombre de mi vida".
Un día, semanas después de sucedido esto, Juan Pablo llegó a la prática de básquetbol como profesor, mis manos temblaban, perdí el balón incontables veces, las chicas me preguntaban qué me pasaba y ni yo sabía cómo explicarlo. Cuando por fin encesté, una de las chicas se vino encima "sin querer" y caí al suelo y más encima el balón me dio en la boca, sangre brotó y cuando me paré, mi camiseta se había manchado de rojo, ahí en ese momento de doncella en peligro, él se acercó a mí como un príncipe y me llevó a un lugar donde podía descansar y tomar agua y llamó a la enfermera para que me asistiera.
Han pasado 6 años desde ese momento y todavía cuando pienso en Juan Pablo me pregunto si alguna vez habría besado a la chica que le sonrió con frenillos.
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